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Lore
Chaleco Furia resonante
Siento el vacío y con su caricia aprendo que los anhelos son sufrimiento.
Me he convertido en circunstancia, mi Testigo: el capricho invisible del destino que da forma a las vidas de una veintena de infantes con el mismo temperamento de lujo y dificultad que perfeccionó mi filo infalible. Donde sus familias no son suficientes, les regalo prosperidad, oportunidades y elimino sus obstáculos. Donde encontrarían suavidad, introduzco un sufrimiento para el cual no hay alivio, y me llevo a quienes podrían tenerlo y nutrir la fragilidad.
Mi sana mano imbuye fuerza, pero de forma mucho más crítica. Los alimenta con impecabilidad. Se hacen a sí mismos, se dicen a sí mismos y se fortalecen para su sufrimiento, ¿no deberían todos los de su clase ser tan capaces? ¿Hay —concluyen— alguna explicación para el fracaso que impregna su sociedad más allá de un sentimiento enfermo de debilidad? Sus anténulas tiemblan ante la debilidad de su especie. Su hedor les repugna.
El más joven de mi estirpe, a quien llamé Uun, cobró su primera vida. Avivado por la emoción, su trabajo es descuidado, como el de la mano de un niño, pero eliminé los rastros de mala calidad de su arrebato y desaparecí a quienes podrían encontrar fallas en tal niño. Ahora se detiene ante los dones anónimos que pongo como laureles para su conquista. Permití demasiada suavidad para la descendencia.
Y me queda reflexionar: ¿Me afinaste cuidadosamente para ser tu espada, Testigo mío? ¿O acaso el azar y mi propia tenacidad prepararon una espada para que la desenvainaras?
