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Lore
Grebas Paseo Espacial
Investigación|Directo|132| Eliminad el registro. Como alguien lo envíe a los de arriba, estamos todos muertos.
Hace treinta y nueve días que llegaron.
Los queches y las madrigueras hacen mucho ruido: los cables restallan, se oyen pasos, las hamacas crujen. Unos ojos con éter deberían brillar y pestañear cómodamente en la oscuridad.
Yaraskis pensaba que iban a llenar la estación entera de maquinaria reparada, comodidades robadas y sonidos familiares.
Ahora, todo suena solitario en la estación. Incluso escuchar la voz de la estación sería casi un consuelo.
Lleva días sin ver a Karrho. Los ingenieros que quedan solo hablan entre ellos, y los sirvientes gimen y cabecean juntos en el aire hechos un manojo de nervios.
Algo acecha en los pasillos.
Tiene los ojos de un elixni, pero no parpadean cuando deberían. Arden de forma continua, iluminados no por el éter, sino por otra cosa. Incluso los merodeadores susurran sobre ello, tan asustados que ignoran la jerarquía.
Yaraskis siente su presencia en sus espiráculos. Decide ir al taller de Karrho, donde puede esconderse.
De repente, ve a un merodeador con ojos extraños que no miran a Yaraskis. Solo dice: "Ven aquí".
Ella corre a través de los pasillos, saltando de plataforma en plataforma, arañándose gravemente el costado con un inesperado saliente metálico.
La tripulación desaparecida emerge de todos los rincones y, en su huida, la llaman, pero ella no se detiene.
Hasta que una voz pronuncia su nombre.
Es Karrho. Está agarrado a un rincón del techo, cerca de la rejilla de un conducto de ventilación roto que, como sabe Yaraskis, conduce al casco de la estación. Es tan pequeño que apenas cabe un drekh.
Yaraskis salta y mueve vigorosamente las piernas para zafarse de las manos que la agarran de los tobillos.
"Por aquí", le urge Karrho. Ambos se arrastran por pasadizos serpenteantes, a través de conductos de ventilación y bajo suelos que los humanos no construyeron para ser transitados. Saltan escombros, tanto dentro como fuera del alcance de los generadores de gravedad, en dirección al queche. Tal vez estén a salvo allí. Quizá puedan salir huyendo de allí.
"¿Qué les pasa?", pregunta Yaraskis, jadeando. El corazón se le va a salir del pecho.
"Nada".
Karrho se detiene en seco a la salida de un conducto de ventilación. Con la inercia, Yaraskis lo sortea y llega a una amplia sala.
Al levantar la mirada, ve el brillo de unos ojos mecánicos, henchidos de una luz extraña.
Y Karrho la empuja hacia los brazos abiertos de la Capitana Blanca.