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Aprendiz de Eido
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Botas Acechasombras
Las ofrendas del amor no están supeditadas a un intercambio recíproco.
En las entrañas del laberinto del bazar, deambulaban multitud de habitantes de la Ciudad, disfrutando de todo lo que ofrecía el mercado. Una bestia de guerra de hierro probaba la fruta fresca. Los insomnes intentaban regatear el precio de unos pasteles. La brisa transportaba el aroma a carne caramelizada y romero más allá de los comerciantes y los artesanos.
A San-14, el bullicio le resultaba abrumador a la par que relajante. Se detuvo para observar a un elixni mayor mientras tejía con destreza en un telar bastante deteriorado. Los símbolos que bordaba eran únicos. El exo no los reconoció, pero contempló con asombro cómo la intensa tela cerúlea desprendía un brillo iridiscente.
"Apropiado para un kell", pensó San para sus adentros.
Con la respiración contenida en la garganta y las manos temblando…
Destellos de recuerdos reverberaron en su mente. Lo único que podía sentir era… vergüenza.
Dejó atrás rápidamente al tejedor y se abrió paso entre la multitud, hasta que se detuvo frente a un puesto de té. Le colocaron una muestra en la mano antes de que pudiera articular palabra y rechazarla. Miró hacia abajo. El contenido opaco de la taza, intenso y medicinal, humeaba.
Como Oscuridad destilada, San se dio cuenta…
Con la respiración contenida en la garganta y las manos temblando…
Destellos de recuerdos le nublaron la vista. Lo único que podía sentir era… tristeza.
Se tambaleó. Pidió disculpas por haber derramado el líquido caliente. Los sonidos del bazar se convirtieron en un rugido apagado. Tenía que escapar. Del barullo, del té, de todo.
Cerró los ojos y salió corriendo a toda prisa.
La luz del sol había dejado de iluminar las murallas de la Ciudad cuando San llegó a una zona más tranquila, donde frondosas enredaderas verdes caían desde arriba y, abajo, la sombra de su casco se proyectaba sobre el suelo, donde el desgastado sirviente médico de Mithrax solía esperar. Respiró aliviado.
Estaba solo.
San colocó su recuerdo favorito, un pequeño oso de peluche, en el trono del kell. Con cuidado, le ajustó la cinta lavanda del cuello; el satén contrastaba notablemente con los ojos negros y empañados del oso, la oreja, levemente desgastada, y su pelaje. Un regalo, que en el pasado sirvió de consuelo a un niño de la Ciudad.
Un regalo que en el pasado sirvió de consuelo para San tras una pérdida, tras…
Con la respiración contenida en la garganta y las manos temblando…
Destellos de recuerdos inundaron su corazón.
Osiris.
Su risa estridente. Su mirada profunda y conmovedora. La calidez de su sonrisa. De su piel.
Recuerdos de consuelo, pero lo único que podía sentir era… culpa. Intensa y abrumadora, como si lo atravesara con puñales, abriendo heridas que sangraban con dulzura. San respiró hondo y miró los instrumentos médicos que rodeaban el trono vacío que tenía delante.
"El precio de mi felicidad", susurró San. Acto seguido, rompió a llorar.