Lore
Capa lóbrega
"Cuando encontremos mis mundos perdidos y abramos su conocimiento a este sistema, el final nos encontrará. Por fin, el derecho a ser los últimos". (Emperador Calus)
"Esta capa es para ti. Para el día en el que prendas la chispa que proyecte la sombra de la Tierra". (Emperador Calus)
PASADO RECIENTE. EN OTRO LUGAR.
Activé el mecanismo que abría las puertas de mi estancia. Los enormes engranajes de los lados protestaron con estridencia al girarse entre sí para que las gigantescas hojas macizas de plastiacero se abrieran. El proceso tardó varios minutos.
Un hombrecillo minúsculo cruzó las fauces abiertas del umbral a toda velocidad en una diminuta máquina terrestre. Tardó varios minutos más en alcanzar mi campo auditivo y fue dejando una estela de polvo arremolinado a su paso. Me temo que mi estancia llevaba tiempo sin limpiar. Eso ya no significaba nada para mí. Hacía siglos que no recibía una visita tan directa, pero sentía tanta curiosidad hacia la criatura como ella hacia mí.
El hombrecillo se bajó de su máquina y miró hacia arriba. Yo creía que disfrutaría del momento en el que sus ojos se abrieran como platos ante mi grandeza.
Pero no pareció importarle. Frunció un poco el ceño. Fascinante.
"¿Eres tú?", preguntó. El eco de su voz se elevó hacia mí. "¿El de verdad?".
"Sí", respondí, y el metal que me rodeaba tembló y vibró a causa de mi voz. Era la verdad. "Uno de ellos. ¿Un refrigerio?".
Activé un mecanismo en el suelo y una mesa minúscula, pero muy ornamentada se elevó de la polvorienta cubierta metálica. En su centro había un cáliz, también diminuto, rebosante de néctar real.
"No, gracias", dijo el hombre. "La última vez que bebí algo alienígena, me lie a tiros con lo que surgió de mi interior".
"¿Qué puede hacer por ti el emperador Calus?", le pregunté.
Fingí que lo observaba. Mientras tanto, analicé cada fibra de su ser a un nivel espectral. Siempre imaginé que sería un guardián, pero había algo más. Una sombra de algo que me recordaba al acantilado negro. Así que al hombrecillo le gustaba jugar más allá de la Luz.
"Tengo cosas que hacer, así que seré breve. ¿Cuál es tu posición? Necesito a estos guardianes tanto como tú. ¿Vamos a tener que disputarnos el territorio?".
"Las Sombras son mías", bramé, azotándolo con mi voz. Hizo una mueca de dolor. Yo no estaba enfadado. Ya no era capaz de enfadarme. Pero él tenía que saberlo.
"Entonces, la respuesta es sí", murmuró. Lanzó una moneda de jade al aire con un tintineo que resonó en la gigantesca estancia.
"No hay nadie cuerdo en todo el sistema", refunfuñó a la moneda y la recogió mientras caía.
"Creo que no sé a qué te refieres", dije. Era la verdad. Seguían llegándome los datos del análisis espectral del plebeyo.
Me miró fijamente. "Estás loco. Esos guardianes que trabajan para ti… están locos. La Vanguardia está loca".
Bajó la mirada hacia su moneda. "Y puede que yo también".
De repente, se rio entre dientes. "Me voy del sistema un par de cientos de años y todo se va al infierno". Negó con la cabeza. "Mírate. El emperador cabal ya ni siquiera es cabal, ¿no?".
"Soy lo último que verá este sistema", respondí. El escaneo finalizó, y también la estancia de este hombre en mi morada. Creo que lo percibió, porque se dio la vuelta para marcharse.
"Quieres quitarme lo que me pertenece, pero tengo amigos en los bajos fondos que destrozarán tu casa", me espetó. Pude vislumbrar su sonrisa llena de dientes.
Me eché a reír mientras se alejaba a toda velocidad en su máquina.
Sus amigos fueron míos antes que suyos.