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Lore
Borceguíes Primer Ascenso
Entrar en el cuerpo de una deidad conllevaría, sin lugar a dudas, corromperla.
La Luz olvida. La Oscuridad recuerda.
Mithrax estaba en la proa del CLME, viendo cómo la nave de Zavala desaparecía en el interior del portal. Aquella abominación palpitaba y fluctuaba y, aunque el CLME miraba directamente hacia ella, él estaba convencido de su decisión.
La idea de adentrarse en la Gran Máquina era repugnante por naturaleza. Una especie de tabú, como el canibalismo. Algo tan impensable como profanar un lugar de culto. Entrar en el cuerpo de una deidad sería, sin lugar a dudas, corromperla. Pero podía encontrar el modo de apoyar desde la distancia, eso sí.
"Padre, la reina pregunta por ti".
Eido se le acerca y los dos contemplan en silencio la Gran Máquina, que ocupa toda la ventana. El resplandor violeta del portal atraviesa el centro de toda la Luz. Mithrax se da cuenta de lo pequeño que se siente.
"No pienso irme sin ti", dice.
Mithrax contiene un escalofrío y confiesa: "Entrar me parece una transgresión".
"¿Y eso quién lo dice?", pregunta ella. Tan perspicaz, tan acertada. Al ver que Mithrax no es capaz de responder, continúa: "El Viajero está en peligro. Mientras podamos ayudarlo, es nuestro deber entrar ahí y defenderlo. Sé que puedes dar mucha guerra, padre".
"¿No sería eso peor? ¿Librar una guerra en el corazón de la Luz?".
"Solo tú puedes decidirlo. Pero creo que el Viajero querría que cruzases el portal".
"¿Por qué?".
Su hija le coge la mano en un gesto cariñoso. "Porque sabe que no vas a hacerle daño".