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Lore
Vía sagrada
Celebra los mayores misterios.
La reina Mara Sov del Arrecife camina de noche por la muralla, débilmente iluminada por las celebraciones de la Ciudad. A esta altura, el viento mece su capa, evocando recuerdos de su padre.
Las calles que hay más abajo están llenas de gente celebrando. Entre todos, los insomnes —terrícolas, nativos del Arrecife, portaluces— brillan como el crepúsculo en la mente de Mara.
Los festejos de esta noche son por la Ciudad; Mara no desea formar parte de ellos. Prefiere caminar a solas para rememorar su primera Noche de las Ascensiones.
Según lo que había llegado a oídos de Mara, esta fiesta popular había acabado convirtiéndose en toda una institución. Tardó décadas en adoptar su forma actual: un viaje a través de la oscuridad por el aniversario del éxodo insomne desde el Distributario.
Durante esa primera noche, Sjur irrumpió por la puerta como una brisa, ataviada, como siempre, con sus robustas botas y su arco largo, lista para sacar por la fuerza a su reina de la habitación. Entre risas, la cogió de la mano y, riéndose también, Mara se lo permitió.
Los pasos de Sjur eran los de una mujer alta acostumbrada a trabajar al aire libre. Por su parte, Mara caminaba como una líder cuya principal preocupación era la acción cognitiva. A Sjur a menudo se le olvidaba la diferencia.
"Ve más despacio", dijo Mara mientras se acercaban a las puertas de la Atalaya.
"Puedo llevarte".
"No", respondió Mara apresuradamente, pero sin la suficiente firmeza como para desalentar a una mujer como Sjur Eido.
Mara cruzó rápidamente la puerta antes de que pudiera cogerla Sjur, que corría tras ella gritando: "¡Pero mi reina, mi vocación es servirte!".
Recorrieron juntas los asteroides en la noche infinita del espacio recordando ese primer viaje al Arrecife: cuando escaparon de los misiles que las seguían por el agujero de gusano. Tuvieron que hacer uso de toda su adrenalina y mantener la cabeza fría para llegar a su nuevo hogar.
Pese al frío del liviano aire, Sjur desprendía calor; era imponente, reía a carcajadas, estaba viva. Lo que Mara recordaba con más frecuencia en estos últimos años era la mano de Sjur sobre la suya. En ocasiones, para tirar de Mara en una ascensión; en otras, para ayudarla a cruzar un barranco como una caballera de radiante armadura.
Durante muchos años, fue Sjur quien estuvo al lado de Mara en la Noche de las Ascensiones. Otros años era Uldren, ansioso por mostrarle nuevas vistas o tesoros ancestrales. En dos ocasiones fue Riven, junto a quien inspeccionaba su obra maestra durante largas caminatas por la Ciudad Onírica.
En el Arrecife y la Ciudad Onírica, el pueblo de Mara celebraba unido. Recordaba su historia. La recreaba, la renovaba, le insuflaba vida.
Ahora contempla cómo los insomnes celebran otra fiesta en una ciudad que tiene sus propias tradiciones.
Y Mara camina sola entre la Ciudad y la oscuridad de fuera.
