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Lore
Clavo de ataúd
Igual de duro y el doble de afilado.
La hechicera colocó los brazos en jarra mientras observaba la nueva nave del titán.
"Vuelve a explicarme ese plan", dijo la hechicera.
"Con mucho gusto", respondió el titán. "Vamos a esa cueva encantada, atrapamos a un miembro de la Horda Decapitada, lo metemos en la bodega y lo traemos aquí".
"Con vida", aclaró la hechicera.
"Sí", contestó el titán mientras afirmaba con la cabeza. "Luego, lo vendemos por una buena montaña de lumen".
"¡¿Quién compraría un monstruo con una calabaza gigante en llamas por cabeza?!".
"Eris Morn, por ejemplo. Siempre está investigando cosas que dan miedo. O el Nómada. Deberías ver todo lo que lleva en el Desahucio".
"Aunque encuentres comprador, cosa que no sucederá, ¿cómo vas a meter a un miembro de la Horda Decapitada en este aparatito?", añadió la hechicera señalando hacia la elegante hipernave de fabricación elixni. "Te dije que eligieras una nave con una bodega más amplia".
"En primer lugar, fue una auténtica ganga", replicó el titán. "En segundo lugar, si no cabe, podemos amarrarlo a uno de esos… pinchos de… la proa". Señaló vagamente hacia las protuberancias puntiagudas de la parte delantera de su nueva nave.
Cuando la hechicera se disponía a volver a demostrar su desaprobación, una voz estruendosa procedente de la entrada del hangar la interrumpió.
"¡Tengo los tranquilizantes aquí!", anunció su compañero, el cazador, cargando una caja de munición de gran tamaño. "Suficientes como para dormir a un ogro". Dejó la caja junto a los pies de la hechicera. "Entonces, ¿lo hacemos o qué?".
La hechicera miró hacia sus impacientes compañeros y suspiró. "Supongo que tendremos que ir a que nos maten".
"¡Sí!", exclamó el titán. "¡Las chuches son para mí!".