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Lore
Carcasa de Gilgamés
Para Espectros que han profundizado en el inframundo.
"No quiero hacerlo", dijo Catábasis con rotundidad. Sus piernas colgaban sobre el precipicio de un imponente pilar vex en Nessus. La embarcación hedonista de Calus zumbó en la distancia cuando los motores se encendieron. "Hacer trabajos puntuales es una cosa…".
Catábasis toqueteaba la pequeña joya real que había en la moneda imperial que le habían regalado. No sabía si se trataba de una invitación que se pudiera rechazar, y operar fuera de la jurisdicción de la Ciudad se había convertido en un negocio muy lucrativo ahora que los recursos del Consenso estaban bajo mínimos. Sin una Vanguardia de cazadores que pidiera informes de sus actividades, era muy fácil escabullirse en misiones ilícitas en solitario.
Gilgamés, el Espectro de Catábasis, miró al guardián antes de girarse hacia la sombra del Leviatán. "La confianza de un emperador no se puede malgastar".
Era una confianza que Cata y Gilly se habían ganado a pulso rastreando bestias por las selvas de Venus, matando extrañas medusas cuánticas en las tormentas de Saturno, eliminando a los traidores de la Legión Roja y a cualquiera que intentara acorralar a Calus y a sus lealistas para dejarlos a merced del juicio de Caiatl. Las cacerías de Catábasis siempre se desarrollaban por las fronteras salvajes de los planetas. No le entusiasmaban las presas fáciles y no quería convertirse en una de ellas. Sentarse en un buque cabal en medio del espacio vacío hacía que se sintiera como una presa fácil, sin escapatoria.
"Más bien soy el único que sigue escuchándolo cuando quiere despotricar". Catábasis se guardó la moneda imperial en el bolsillo. "Su hija lo tiene de los nervios y puede que eso le haga ser imprudente. Creo que nos estamos limitando a cargarnos a todos los que Calus cree que merece la pena eliminar", dijo con indiferencia.
"¿Y eso es malo?".
"La única diferencia entre los rojos y los secuaces de Calus era política. No me importa eliminar a algunos líderes políticos siempre que sean cosas puntuales, pero estamos hablando de la Oscuridad, tío. No puede ser bueno. No creo que sea algo que debamos hacer solos".
"Puedes aceptar su oferta y buscarte una tripulación, o volver arrastrándote de vuelta a la Ciudad y sentarte a esperar órdenes de una silla vacía", se burló Gilly. "Piensa en todo lo que podríamos aprender. Esos aspirantes a asesinos de dioses que andan por Europa tras la estasis tienen razón en algo: el poder determina el futuro. Deberíamos haber estado allí para hacernos con él, igual que ellos".
"Un viaje hacia las entrañas de la Oscuridad no es la aventura con la que esperaba jubilarme". Catábasis se rio antes de añadir: "O tal vez sí. Últimamente, estoy muy cansado".
"La Luz se está debilitando, Catábasis. Lo noto, comparte espacio con otra cosa que todavía desconocemos". Gilly flotó para colocarse delante de su guardián. "Necesitamos algo en lo que apoyarnos. Llevamos mucho tiempo en esto. Siempre nos han dicho que vigilemos donde pisamos, que andemos por la luz del sol, ¿no? Pero ¿qué pasó cuando empezamos a elegir nuestro propio camino entre las sombras?".
El cazador miró a su Espectro. "Nos hicimos más fuertes y más ricos". Gilly tenía olfato para estas cosas. Siempre que Catábasis le había hecho caso, Gilly lo había llevado a un nuevo descubrimiento o a un poder nuevo, le había enseñado a usar la Vara de arco, a bailar entre las sombras. Estos descubrimientos tenían su precio, su sacrificio y su aprendizaje. Pero, ¿qué es todo eso para un inmortal?