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Acólitos de Nezarec: Briar - II
El ciclo seguía siendo el mismo, pero mis acciones no me pertenecían. Mi espada era más pesada con cada batalla.
Yo no reconocía a la sombra que tenía pegada.
No reconocía a mi propia persona.
¿Sabía siquiera quién era yo?
Los gritos y ruegos de mis enemigos reverberaban en el aire. La piel me quemaba, y el corazón me latía más fuerte que un martillo golpeando un yunque… Tenía la cabeza llena de una niebla espesa. Estaba presente, pero no me encontraba.
Mi rival cayó al suelo, intentando respirar.
Fijé la mirada en su rostro y un gruñido susurrante y bestial salió de mis labios. Permaneció en el aire como un canto inquietante.
Debajo, estaba esa risa. Su risa.
Caí de rodillas, me manché con el carmesí que se acumuló bajo mis botas. Mi espada cayó lentamente a mi lado cuando la solté. Estaba temblando cuando me llevé las manos a los ojos. Solté la espada y alcé mis manos temblorosas para llevarlas a mis ojos.
La sangre fresca corría por mis dedos y creaba un tapiz en las líneas de las palmas. Vi su cara en el patrón y sentí el peso de sus manos sobre mis hombros. Sobre mi mente.
Grité.
