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Lore
Carcasa de Zira
Para espectros que siguen a quien cobra sus deudas.
El frío se deslizaba desde las cimas glaciales hacia las ya viejas piedras de un castillo de la Edad Oscura. El invierno cubría las murallas en la noche incipiente de la expansión europea.
Naeem se detuvo en un puente largo y estrecho, el casco le protegía la cara del viento ensordecedor y de la nieve lacerante. Había dejado la sangre de las yemas de sus dedos en la Antigua Rusia, se fue al oeste hasta que ya nadie la llamaba Señora de la Guerra. Aquí había escuchado que los portadores de Luz iban a la caza de un dragón caído. Quizá quedara algo de su magia… la suficiente para volver a empezar.
Siguió los susurros a través de la tormenta y los escombros. Acarició con los dedos las cicatrices de las piedras. Aquí era donde el viejo guerrero le había dicho que fuera, y por eso siguió adentrándose en lo profundo, hasta que los susurros se convirtieron en palabras, y vio delante los huesos de una gran bestia.
Se acercó a la calavera al centro del esqueleto. "Dragón. Ahamkara".
El murmullo que inundaba la habitación dejó de ser ambiente y se concentró en ella. Invocaba al deseo de su corazón y la pasión de su sangre. Ella habló, como por instinto.
"Deseo tu amabilidad".
Los susurros se convirtieron en una risa sibilante. Casi podía sentir la anticipación del esqueleto, vibrando a través de su tuétano hueco y seco. Luego lo escuchó: "Amabilidad. Queda tan poco. Y el costo es tan alto… El abismo entre tu deseo y tu realidad… ¿En verdad deseas eso?".
"Usé mal mi poder, como tú, para sobrevivir. Por eso nos cazaron. Nos mataron". Naeem dio un paso adelante, lento. "¿No preferirías que te amen a que te teman?".
Los huesos Ahamkara se sumieron en un silencio pensativo.
"Conozco al portador de Luz que te mató. Sé que respetas su determinación", insistió Naem. "Concédeme la amabilidad. Compartámosla. Hagamos que nos amen tanto como nos temieron".
La voz volvió a concentrarse. "La caridad no sacia mi hambre".
"Entonces no hagas caridad. Déjame enfrentar las deudas de tus deseos, mientras los beneficiados viven libres".
La voz siseó y soltó una risotada. "¿Cargarás sus deudas en tus espaldas?".
"Tengo muchas vidas que dar, tantas como el peso de sus deudas". Naeem colocó una mano sobre la calavera.
"Tu deseo es concedido".
