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Lore
La cuarta marca
"La venganza no es un destino. Es una mercancía. Asegúrate de querer pagar el precio antes de aceptar el trato". (La Araña)
Jakinda se sentó en territorio de Nereidas con Neptuno sobre su cabeza, su espalda apoyada en el equipo de aterrizaje de una hipernave. El brillo de su espectro cubría de color azul el diario desgastado en sus manos. Analizaba las páginas abiertas. A la izquierda, un boceto de una caricatura de una escuadra; a la derecha, cuatro marcas de conteo garabateadas con enojo, la última estaba fresca con tinta húmeda. Trazó las líneas con sus dedos.
—Primero: Ur-Danak, convertido en cenizas en su propia nave ataúd cerca del Arrecife.—
"¿Por qué estás tan triste por eso?", gritó Yael por la comunicación. Jakinda podía oír los sonidos horribles de la espada raspando la quitina de la colmena.
"Estoy bien".
"Nos tomó semanas encontrar esta", continuó Yael con respiración agitada. "Por fin la tenemos y ¿solo estás bien?"
La mirada de Jakinda se fijó en el hechicero del boceto. Sintió un nudo en la garganta.
—Segundo: Alak-Tal, derribado por la bala de un francotirador en alguna parte de la órbita de Saturno.—
"¿Cómo quieres que esté?", estalló Jakinda.
"No lo sé. ¿Satisfecha? ¿Aliviada? ¿Feliz?", respondió Yael.
"Feliz. ¿Así es como te sientes ahora?".
"Bien, tienes razón. No estoy feliz", vociferó Yael. "Estoy enfurecida, agotada y no puedo dormir". Las palabras cruzaron el canal hasta que se distorsionó. "¿Y sabes por qué?"
Jakinda se puso rígida a la espera del impacto, pero lo único que se podía escuchar por la comunicación era la respiración agitada.
"Dilo", dijo Jakinda.
"Olvídalo, terminemos con esto y…"
"¡Dilo!", Jakinda se paró y pisoteó la superficie lunar; a una corta distancia Yael aún seguía sobre un caballero sin vida con su espada cubierta de fluidos de la colmena. Fingió no darse cuenta de que Jakinda se acercaba y siguió cortando.
"No", murmuró.
"¡Porque fallé el disparo!", la voz de Jakinda salió temblorosa. "¡Desapareció, su espectro se fue y es mi culpa!".
—Tercero: Ganaroth, pulverizado por energía de arco en Hiperión.—
"Bien, lo siento, Yael", continuó Jakinda. "Si pudiera regresar, lo haría. Haría lo imposible para lograrlo. Pero no podemos hacerlo y eso no cambiará sin importar la cantidad de trofeos que recojas".
"No te pongas a lanzar acusaciones", gruñó Yael mientras apuntaba con su cuchillo a Jakinda. "¡Estos son monstruos y lo mataron!".
"¿Y qué crees que hicimos… cuando ignoramos la llamada de auxilio y volamos aquí?", susurró Jakinda con voz trémula.
"Sin duda alguien les ayudó", dijo Yael. Hizo una pausa por varios minutos. "Como sea, eso es distinto".
Jakinda miró hacia la pila de quitina inerte.
—Cuarto: In-Atôth, hecho pedazos en la sombra de Neptuno—.
"No", susurró Jakinda. "No lo es".
"Bueno, ya es algo tarde para protestar, ¿no crees?".
Pero Jakinda ya se había ido, caminando por la llanura vacía hasta la escotilla de la nave y el asiento del piloto. Inició la secuencia de arranque y tocó un botón de su casco para silenciar los canales de la radio mientras Yael comenzaba a gritar. Miró una vez más abajo hacia el diario con ojos brumosos al ver el boceto de los tres guardianes. El diario se cayó al suelo cuando los motores rugieron.