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Lore
Empuñaduras de inquietud
Acólitos de Nezarec: Koraxis - II
Koraxis iba arrastrando su pierna herida, y su retorno a la nave vacía se le hizo más largo que nunca. El agotamiento extremo lo invadía entre cada rapto de dolor que lo asaltaba. Agradecía que hubieran interrumpido la paliza del capitán lo suficiente por otro puño del patrón para que pudiera escapar, pero aún tenía la paranoia de que lo estuvieran rastreando.
Sentía una fuerza oculta sobrevolándole por detrás.
Koraxis siguió adelante, con la vista al frente.
Cuando finalmente llegó a su nave, la esclusa se abrió con un siseo y reveló un espacio oscuro en el interior. Él ignoró sus precauciones habituales, demasiado concentrado en el insoportable dolor de sus extremidades.
La hamaca que había preparado lo llamaba. Se desplomó en ella y no exhaló hasta hallarse en una posición lo suficientemente cómoda.
Se durmió en cuanto cerró los ojos; era lo más rápido que había conseguido en los últimos días. El insomnio obligado y una golpiza sorpresa habían pasado factura.
Luego, alguien golpeó a la puerta.
Al escuchar el ruido sobre el metal, Koraxis buscó su arma, que había dejado en el estante izquierdo junto a su hamaca.
Se acercó a la puerta con los pasos más livianos que pudo; sentía una pesadumbre que aplastaba cada centímetro de su cuerpo.
Él dudó, la mirada fija en el metal oxidado. Toc, toc, toc, sonó la puerta…
La puerta rechinó al abrirse, y él de inmediato apuntó con la mira de su arma a…
Nada.
La confusión trepó dentro de su mente, como si algo lo hubiera golpeado… fuerte. Koraxis apretujó cerrados sus cuatro ojos. Estaba tirado hacia atrás y preparado para el impacto.
Pero nunca llegó.
Koraxis abrió los ojos, esperando ver las paredes de su queche. En su lugar, vio la Pirámide lunar. Lisa y oscura.