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CLOAK OF REMEMBRANCE
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Lore
Capa de conmemoración
Para inspirar a nuestros pupilos con una floritura.
UNA HISTORIA DE LA EDAD OSCURA, PARTE UNO DE TRES
SOBRE UN ACANTILADO POLVORIENTO
Saladino y Efrideet estaban de pie, con el viento ondeando las ropas de sus armaduras. Los dos portadores de la Luz estaban rodeados de cadáveres de escoria y enmarcados por armas rotas y casquillos de bala. Efrideet disparó la última ronda de su fusil. "Me he quedado sin munición".
"Entonces déjamelo a mí".
"¿No confías en mí? ¿Te lo tengo que pedir otra vez?".
"En realidad, me gustaría que te fueras. Puedo encargarme del resto".
"Bien. Encárgate. Solo he venido a hablar".
Saladino la miró fijamente. En sus manos, movía sin cesar una roca del tamaño de un puño.
Efrideet continuó. "He oído que intentabas poner fin a la lucha. Dicen que estás reclutando a gente con el don".
"Busco a alguien que pueda hacer más que disparar una pistola".
"Pero nadie dispara mejor que yo".
Saladino la miró sin decir nada. Se giró, señalando. A lo lejos, había un pueblo dilapidado al oeste y un búnker al este, cubierto de sellos caídos. Entre ambos, un campo desolado, chamuscado y cubierto de muertos. "El pueblo se llama Patch Run", dijo. "Cuarenta y tres habitantes, la semana pasada. La mitad de ellos en condiciones de luchar".
"Eso es una colección de chozas, no un pueblo". La voz de Efrideet sonó suave. En respuesta, la de Saladino sonó más grave.
"Es una vida noble". Hizo una pausa. "He hecho que sea mi deber patrullar esta zona. Pensé que destruir esa Casa de los caídos cada semana los disuadiría. Pero siguen volviendo".
Oyeron el rugido del esquife caído antes de verlo. Soltó a un caminante, que cayó en el campo como un meteorito, excavando en la tierra frente al búnker. El caminante empezó a estirar sus piernas mientras el esquife se alejaba, hacia las florecientes erupciones de un conflicto en la distancia.
Efrideet se impacientó. "¡Venga ya! ¿Tienes munición?".
"Tengo la Luz". Saladino tiró la roca y abrió las palmas de las manos, en las que pequeños rayos de arco se retorcían. "Pero está fuera de alcance. Hasta para mí. Tendremos que bajar por el camino largo".
"Como si hubiera tiempo para eso". Debajo, el caminante empezó a marchar campo a través. "Podría arrojarte".
Saladino soltó una risa breve y afilada. Cuando ella no dijo nada, él se dio cuenta de que no era una broma. "No hay dignidad en eso".
"¿Hay dignidad en dejar que esa gente muera?".
Saladino no respondió. Miró hacia abajo de la montaña...