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Lore
Lucidae Timbal
He vuelto sobre mis pasos cien veces en busca de un recuerdo.
Zavala tararea para sí mismo a mitad de la noche para evitar que se le cierren los ojos. La ventana de la oficina está teñida por una digitalización opaca, por lo que el rostro del comandante está lleno de variaciones resplandecientes. En sus manos tiene una tabla de datos en la que se muestra un largo y denso informe de Eris Morn titulado "La amenaza inminente".
Suspira. Ya ha leído más de un informe como este. Reconoce su importancia, pero la urgencia que le suscitan ha disminuido con cada llamado a la acción.
"Targe". Zavala ve que el espectro se levanta.
"¿Sí, Zavala?".
"¿Podrías poner ambiental-SH9?".
"Claro", contesta Targe. Después de una corta pausa, el espectro comienza a emitir un plácido susurro que recuerda al fuego de una antorcha clavada en un lugar desierto iluminado por la luz de las estrellas. Zavala deja la tabla de datos boca abajo en su escritorio y se deja caer en su silla; sus párpados ya no resisten la pesada noche. Su consciencia entra a un espacio liminal. Luego, sus pensamientos se convierten en sueños.
Zavala podía percibir el aroma de las flores silvestres. La leña ardiente de una hoguera que calentaba el aire. Una cotidianidad perfecta y atemporal. Olía a té con miel y el leve aire a vainilla de los libros de Safiyah. Ella estaba con él, a su lado, enérgica, llamativa y sumida en el estudio de su libro. La amaba aún más al ver su mente en acción.
Él movía las manos sin pensar; las agujas de tejer tintineaban y el hilo de la madeja se tejía entre ellas. El atardecer llegaba lentamente y la silueta infantil de su hijo se dibujaba en el cielo violeta. El canto de una cigarra resonaba en el aire. Hakim gateó por el prado como infante, se levantó convertido en niño y pasó por la adolescencia con un movimiento rotoscópico. Cuando llegó al frente de su padre, ya era casi un hombre. Zavala se rio por dentro con orgullo e incredulidad al ver a su hijo.
Hakim le hizo una seña. Zavala dejó a un lado sus agujas y se puso de pie. Se volvió hacia Safiyah y la besó. Ambos siguieron a su hijo al prado y, mientras caminaban, la lucidez se difuminaba en la noche resplandeciente, donde el aire estaba en calma, pero las cigarras seguían cantando.